La leyenda del Beso, de Gustavo Adolfo Bécquer, se encuadra dentro del contexto de la Guerra de la Independencia (1808-1814).
España, Portugal y Reino Unido se enfrentan al Primer Imperio Francés, ya que éstos querían poner en el trono español a José Bonaparte, hermano de Napoleón.
En el año 1808, las tropas francesas entran en España autorizadas por el Gobierno. En torno al 21 de abril, los toledanos se quejan ante el corregidor por haber decidido dar cobijo a una división del ejército francés que procedía de la vecina Aranjuez.
Aquí estuvieron hasta finales de mayo ya que, el día 24 deciden partir hacia Andalucía al mando de Dupont.
Pero no quedó ahí la cosa, porque los franceses volvieron a la ciudad de Toledo tras la victoria de Bailén.
Muchos toledanos salieron de la ciudad y se refugiaron en los pueblos vecinos y en los montes.
Los franceses ocuparon conventos e iglesias que dejaron completamente asoladas. Uno de los conventos ocupados fue el Convento de San Pedro Mártir, lugar protagonista de la leyenda que hoy presentamos.
Pero también se ocuparon otros como el Monasterio de San Juan de los Reyes, el convento de los Trinitarios Descalzos, el Convento de la Merced (actual Diputación de Toledo).
Cuenta la leyenda que, debido a que el Alcázar de la ciudad de Toledo estaba completamente a rebosar de soldados franceses, un grupo de soldados fueron alojados el en Convento de San Pedro Mártir.
No fue el único convento ocupado. El monasterio de San Juan de los Reyes, y otros conventos de la ciudad, también estaba hasta arriba de soldados. El viaje había sido largo así pues, los soldados, se acomodaron en la iglesia del Convento de San Pedro Mártir para descansar.
La leyenda nos dice que, la iglesia, estaba totalmente desmantelada, ya que tan solo algunos retablos enlucían algunas paredes, acompañados de unas pocas tumbas cuyos nombres de los enterrados apenas podían leerse.
De entre todos esos enterramientos, destacaba por excelencia uno: Un mausoleo con dos bellas estatuas de mármol que se alzaban imponentes en la oscuridad rota por las velas encendidas.
Las sombras de esas estatuas, proyectadas por las luces de las velas que servían a modo de iluminación, parecían mostrar formas fantasmagóricas que daban sensación de movimiento.
A la mañana siguiente, el capitán de ese grupo se acercó hasta la plaza de Zocodover donde le esperaban el resto de compañeros. Uno de ellos le preguntó al capitán si habían descansado bien en ese lugar.
Cuenta la leyenda que, el capitán, les dijo que no había podido dormir bien puesto que había estado distraído por la belleza de una mujer que, toda la noche, había estado a su lado.
Ante estos acontecimientos, todos empezaron a reír y a intentar sonsacarle más información sobre ese amor nocturno. Dijo que, tras ser despertado por el toque de la campana de la Catedral, justo cuando fue a cerrar los ojos se fijó en la bella mujer que estaba a su lado, cuyo rostro era de una belleza absoluta nunca vista antes y su traje completamente blanco.
Lo que más le llamó la atención es que parecía que la dama, no veía y, en ningún momento despegó sus labios para dirigirle alguna palabra.
Ante este relato, muchos de los compañeros empezaron a pedirle al capitán que se la presentaran. Fue, en ese mismo momento, cuando el capitán les contó que la dama no estaba sola: junto a ella yacía una estatua, también de mármol que también parecía estar viva… Dedujo, pues, que sería su esposo.
Ante la petición de los compañeros de quererla conocer, esa misma noche quedaron en la plaza de Zocodover para dirigirse al convento. Comida y buen vino formaría parte también de la velada que se avecinaba.
Tras entrar en la iglesia del convento y encender fuego para iluminar y calentarse, se dispusieron a cenar y a beber.
Poco a poco, los soldados empezaron a reírse con sonoras cargajadas, a gastar bromas… la reunión estaba tomando un carácter jocoso.
Tras varias botellas de vino, todos se dirigieron, junto al capitán, al lugar donde yacía dicha dama. Efectivamente, allí estaba la estatua de mármol. Todos quedaron impresionados por su belleza.
Bajo ella, una inscripción: Elvira de Castañeda. Junto a ella, la otra inscripción: Pedro López de Ayala.
La fiesta iba en aumento. El vino iba haciendo efecto entre los soldados y el capitán, quién no quitaba la mirada de la bella dama de blanco. Cuenta la leyenda que, el capitán, se acercó a ambas figuras y que, sobre la estatua de don Pedro derramó vino.
Tras ser advertido por los compañeros de que eso no debería haberlo hecho, éste dijo que tan sólo un beso de la chica calmaría el dolor que sentía por dentro al no poder hablar con ella…
Sin dudarlo, se acercó a ella, la abrazó y la dio un beso en sus pétreos y fríos labios. Justo en ese momento, el brazo de la estatua de Don Pedro se alzó y lo golpeó fuertemente, haciendo que el capitán callera al suelo sangrando por la nariz.
El capitán no debió burlarse de los difuntos; Este beso amargo quizá sea el beso más famoso de la ciudad de Toledo.
Así lo cuenta esta fábula, la leyenda del Beso, de Gustavo Adolfo Bécquer.